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Cámara Nacional de Comercio
        Editorial

























        Mirada a la distancia del tiempo, existe una venturosa analogía entre la Historia de Bolivia y el transcurrir de la CÁMARA
        NACIONAL DE COMERCIO. En cada momento de la vida de ambas, los hombres que condujeron nuestra institución, en
        estos 125 años, hicieron exactamente lo que el momento les exigía para respaldar al país, defender a los productores y
        asegurar la demanda de los consumidores bolivianos. Así se lo habían propuesto quienes la crearon en 1890.



        En aquel tiempo, nuestro país tenía 1,8 millones de habitantes dispersos en un escenario geográfico dilatado, exento de
        brazos laboriosos, distante de cualquier parte del mundo, encriptado entre montañas y selvas, ignoto e inexplorado. Hoy
        somos 11 millones, tenemos acceso a la modernidad, vuelos aéreos diarios a cualquier punto del planeta, smartphones
        de sorprendentes capacidades, cielos surcados por teleféricos, internet, televisión por cable, un satélite propio. Somos
        parte indispensable del comercio mundial y poseemos una personalidad nacional vigorosa. Estamos integrados en el
        espacio físico y apuramos el paso para acabar de comunicarnos anímicamente entre nosotros mismos, conocernos,
        respetarnos y querernos, como paso previo para formular una idea de conjunto que nos permita abordar un futuro
        mejor que el pasado para nuestras vidas. Y eso pasa indefectiblemente por la economía.



        En la CÁMARA NACIONAL DE COMERCIO estamos orgullosos de mantener la esencia con la que nacimos, por ello deseo
        honrar el espíritu emprendedor y visionario del sector privado, a su iniciativa, voluntad, trabajo y determinación. A mis
        colegas empresarios, que arriesgan su patrimonio y deciden perseguir una idea, un emprendimiento, un sueño. Y en
        esta búsqueda crean nuevos productos y servicios, implementan nuevas tecnologías, abren nuevos mercados, crean
        empleos dignos, generan ingresos para nuestras familias, pagan impuestos para mantener al Estado y a la inversión
        pública, promueven el desarrollo de la economía y el bienestar de nuestra comunidad.




        Esta Cámara nunca hizo política partidista; trabajó para defender el derecho y el deber de crear riqueza en Bolivia, para
        ayudar a forjar una economía sana y con perspectivas en el tiempo. Defendió en todo momento la justicia y la igualdad
        de oportunidades para todos los bolivianos, sin demagogia. Nuestros forjadores soñaron con una patria de hombres
        y mujeres democráticamente libres y pudientes, donde los beneficios colectivos se distribuyan con equidad. Pero la
        terca realidad nos ha demostrado que para repartir equitativamente beneficios, primero hay que crearlos y hacerlos
        sostenibles.



        Con el ejemplo de la vieja y experimentada China, la Historia Universal confirma que una buena economía nacional no
        es asunto del azar ni de la voluntad política, sino el producto disciplinado y laborioso de todos los días, que involucra
        al padre y la madre de familia, a todos los ciudadanos, sean obreros, empleados, técnicos o empresarios. La condición
        es trabajar en serio, sumada a la identificación de cada quien con su empresa personal o colectiva, y el orgullo de ser
        parte de un conglomerado nacional que abrace a todos.



        Para llegar a esta situación fue fundamental -y lo es ahora más que nunca-, ponernos de acuerdo. Saber que estamos
        en la misma barca y que buscamos el mismo puerto de llegada, luego otro y otro más, en un itinerario que no termina
        nunca, en medio de tormentas y la competencia de otros navegantes que quieren llegar primero.


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